Opinión

Se reunieron todos, la algarabía se armó…

EL ESPACIO DE José Luis Gámez J.

Ayer llegaron nuestros invitados, como cada año; sus pupilas iluminadas por la fluorescencia del cempoalxochitl y la velas que marcaban la ruta hacia la ofrenda donde les esperaban sus vasitos con agua para mitigar la sed del camino y la sal qué ha protegido sus almas de la corrupción y posible contaminación que pudieran haber adquirido en el viaje.

Se reunieron todos; la algarabía se armó cuando la abuela Josefa, que en vida fue muy observadora, me insistió, como cada año que viene: no has pintado la fachada mijo. La carcajada de todos sonó estruendosa, como de ultratumba, pero no de la ultratumba que eriza los pelos, ni carcajada qué asusta sino la jocosa e hilarante carcajada. El abuelo Nicolás que en vida siempre se mostró sonriente, vacilador, poeta y tragón le replicó: ay viejita no cambias: “genio y figura, hasta la sepultura”.

El abuelo Nicolás se acomodó en una silla qué estaba junto a la ofrenda, la urgó con la mirada e inspeccionó cada rincón, se aseguró que todo estuviera muy limpio, que todo estuviera en su lugar y comenzó a picar: una probadita al mole, otra al chocolate; le quitó una canillita a la hojaldra y de un solo bocado la engullo mientras buscaba el destapador pues ya había descubierto su chelita preferida:

 no se ustedes pero ya me dio hambre y  ta’ bueno el mole; qué tal si me sirves un plato mijo y, ya que andas por ahí, me traes unas tortillitas pues ya vi que las están haciendo como a mi me gustan, en el tlecuil de tres piedras, metate y metlapil, masa nixtamalizada y atizada  con los  mesotes del maguey: estos, cuando los prendes humean mucho, hasta hacen llorar: cuando veo a las mujeres que hacen las tortillas, continuó el abuelo, me acuerdo de un poema que,  en vida me enseñó la maestra Ofelia en la escuelita.

“Madrecita, cuando yo muera, entiérrame junto al tlecuil. Y, cuando vayas a hacer tortillas ahí, llora por mí. Y si alguien te pregunta ¿por qué lloras? Respóndele: es que la leña está muy verde y con tanto humo, me hace llorar. El aplauso tanto de los visitantes y de los anfitriones fue nutrido y generoso.

Josefita, la abuela, a manera de advertencia se dirigió al abuelo; muy seria le pidió que ya no siguiera comiendo. Acuérdate Nico: “de limpios y tragones están llenos los panteones”. Ya viejita, le contestó: “no me asustes con el petate del muerto”. Mejor: ¡pongan música! Canten Esa que dice: “Cleto el fufuy sus ojitos cerró, todo el equipo al morir entregó”. ¡No, abuelo esa no! Mejor esa que cantaba el charro Avitia: “se va la muerte cantando, allá por la nopalera, en qué quedamos pelona me llevas o no me llevas”. Órale raza armemos el Karaoke: total: “ que para morir nacimos” espetó el abuelo ya con tres chelas encima y agregó: “el muerto y el arrimado a los tres días apesta”, por eso nomás nos apersonamos cada año. Soltando una risotada muy franca.

 Jejeje. Orales a cantar sobrino, tú que presumiste de buena voz y que cantaste hasta con mariachi. Estuviste en el programa: “cantando por un sueño* o ¿no?. Así es abuelo. Bueno pos’ arráncate con esa que cantaba Jorge Negrete, qué por cierto, era el amor platónico de tu abuela: hubieras visto cómo suspiraba por él, estuvo cabisbunda y meditabaja como la llorona cuando este se murió y andaba por los rincones cante que cante: “viene la muerte luciendo, sus llamativos colores, ven dame un besito pelona que ando huérfana de amores”. Como eres calumniador Nicolás. Ni fue cierto, pero eso sí, me gustaba como cantaba y estaba re chulo el pelao’.

Me gustaba cuando decía: “qué me entierren en la Tierra detrás de los magueyales y que me cubra esta tierra, que es cuna de hombres cabales”.

¡Asústame panteón! exclamó otro de los invitados muy admirado pues no sabía que estos abuelos fueran tan sabios. Le pregunto a la abuela: ¿tuviste amigas aquí en la tierra? Uyyy reviro el abuelo Nico, tuvo tantas que, hasta hoy en el Mictlan, se siguen reuniendo, Mitlantecutli, (dios de pos’ muertos) nomas mueve la cabeza y, no estás para saberlo, pero en corto me comentó: “viejas juntas, ni difuntas”.

Así pasaron la noche: cantaron, comieron, sin peligro de indigestión, sus platos favoritos, bebieron hasta pulquito curado y movieron el esqueleto al ritmo de la Santanera y el son huasteco, “el gusto” al mismo tiempo que repetían la letra, “este gusto del demonio, que a los muertos Resucita, salen de su sepultura moviendo la cabecita, este gusto del demonio ay, aaaayyyy”.

De tanto andar, de aquí para allá, de allá para acá, atendiéndolos en todo lo que se les ofreciera, el cansancio me ganó y busque un lugar donde sentarme, alcance, todavía a escuchar como mi sobrina Gertrudis, sollozando y extendiendo sus brazos, abrazo a la abuela interrogándola, ¿por qué te fuiste abuela? Te extraño mucho. No, nunca me he ido, le contestó; siempre he estado aquí contigo pues, el amor que nos hemos tenido mija’, ha sido el lazo de unión entre nosotras. La verdadera muerte se da cuando te sacan, los que se quedan, de su memoria y de sus recuerdos, cuando pasas formar parte del olvido, ahí es donde se rompe el vínculo y sobreviene la verdadera muerte.  Todos los días y a cada instante y ante cualquier problema, si te es posible mi niña, acude a mí y verás que siempre estoy cerca de ti. Mira, sin que me hayas dicho nada: sé que no te has casado, que eso te tiene triste y preocupada. Acuérdate de lo que hemos platicado y, es bien cierto lo que dice el refrán: “matrimonio y mortaja, del cielo baja»; eres más fuerte de lo que crees.

Hasta ahí doy testimonio, estuve dormido, no sé por cuánto tiempo y, al despertar, pensé en todo el desorden que habría en la casa; imagine por un momento, a mis invitados desperdigados, durmiendo donde les habría ganado el sueño; me imagine la ofrenda destrozada, vasos y platos tirados, me imagine toda la casa desordenada, hecha un caos después de esa fiesta. No me atrevía a abrir los ojos. Sin embargo, minutos después, al incorporarme del lugar donde el sueño me había vencido, miré que todo estaba en orden, que los alimentos, las bebidas, las velas, las veladoras, los arreglos de cempoalxochitl, el sahumerio, el copal seguían en el mismo lugar. Probé un pedacito de pan y un poco de los demás platillos; estos ya no tenían la misma intensidad en su sabor.

Al experimentar esto que hice, me dio mucho gusto pues he tenido la oportunidad de comprobar lo que me habían dicho con anterioridad otras personas, tal vez, más sensibles: nuestros muertos aman la vida y hacen suyos todos los aromas y todos los sabores, disfrutan, sobre todo, en estos días, todo, absolutamente, todo lo bueno que les ofrecemos pero, en especial, la prolongación de ese amor intenso que nos proporcionamos recíprocamente. ¿La fiesta? Tal vez haya sido un anhelo reprimido y que hubiera sido agradable, haberlo hecho realidad, lo esencial ha sido imaginarlos en plena convivencia, con sus sentimientos y emociones a flor de piel.

Ya es tiempo de la despedida, en el pueblo, las campanas repican a las tres de la tarde para Anunciar el retorno de nuestros difuntos a sus lugares de origen: El Mictlán para los que morían de muerte natural o el Tlalocan para los guerreros, muertos en batalla y para las mujeres que morían durante el parto pues, eran consideradas guerreras que habían librado una batalla, la Cosmovisión católica tiene tres destinos: infierno, purgatorio y cielo, según el tipo de conducta. La cosmovisión Mexica

REDACCIÓN

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