La realidad que cuesta trabajo ver

En OPINIÓN de MARGARITA RÍOS FARJAT*

Artículo original publicado en Milenio***

Margarita Ríos Farjat Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
Margarita Ríos Farjat Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

El pasado lunes arrancó la decimocuarta edición del Encuentro Universitario del Poder Judicial de la Federación, que es un evento que año con año busca acercar a la juventud con el quehacer judicial.

El programa inició, luego de la inauguración formal por parte del ministro presidente, con una mesa redonda sobre juzgar con perspectiva de género, en la que participamos las ministras Loretta Ortiz Ahlf, Yasmín Esquivel Mossa y quien escribe estas líneas, moderadas por la doctora Julie Diane Recinos.

En lo personal opté por hablar de la realidad que nuestras sentencias expresan: la que nos cuesta trabajo ver porque es dolorosa, inverosímil y vergonzosa, y de la que quisiera compartir un abanico de casos muy sucintos por aquí. Un marido no tiene derecho a grabar las llamadas de su mujer ni ante la sospecha de que ella mantiene una relación con una tercera persona, por más que las llamadas salgan de la casa que comparten.

Tampoco puede ingresar a su correo electrónico para imprimir los mensajes románticos que dirija a otro, y anexarlos como prueba en un expediente. El matrimonio no implica renuncia a la privacidad. Las relaciones humanas son complejas, y la sensación de traición sentimental puede ser insoportable pero no somos dueños de los demás, aunque entren en nuestra vida.

Y, no, una mujer no puede ser imputada como coautora de un homicidio por el solo hecho de que su pareja asesine por celos a un tercero con el que ella mantenía una relación; o excusarse de asesinarla a ella, aduciendo sentirse traicionado en el querer.

De la misma forma que tampoco una mujer puede considerarse cómplice de un concubino delincuente asumiendo que por esa relación ella sabía lo que él hacía; ni debería ser internada como persona con discapacidad por padecer una presunta celotipia, mientras sus bienes son entonces administrados por el marido.

Tampoco basta que durante el matrimonio ella haya ejercido un oficio o profesión y, por lo tanto, haya accedido a una pensión al final de su vida si simultáneamente era responsable de su hogar: tiene derecho, además, a una pensión alimenticia. Igual que hijos o hijas que, a pesar de la mayoría de edad, demandan del padre los alimentos que nunca recibieron más que por parte de su mamá; trama, por cierto, reiterada por décadas en la literatura y en el cine.

Pero literatura y cine quedan cortos frente a historias como la de la mujer separada que, en alguna reunión de convivencia de los hijos con su padre, es inyectada por éste con el virus de inmunodeficiencia adquirida, falleciendo después.

O la de la madre que regresa de trabajar encontrando a su niño pequeño morado y sin respirar, y con la explicación del concubino de que lo golpeó porque le había roto unas estampas de la santa muerte; o la que vuelve de comprar pañales para ser testigo de cómo el concubino azota mortalmente a su bebé por no cesar de llorar. O la de centenares de niñas abusadas sexualmente por sus maestros, vecinos o familiares, que además sufren, muchas veces en silencio, por la amenaza que pesa sobre sus seres queridos si ellas dicen algo. Podríamos llenar páginas de historias desalentadoras, que no son despliegues de imaginación sino hechos en juicios.

Y hay casos que si bien no son de vida o muerte no dejan de ser graves: la violencia económica, la psicológica, la política; o la calumnia, ya no solo sobre las mujeres con responsabilidades profesionales o políticas, sino sobre sus maridos o familiares, como una forma de presionarla, lo que también constituye violencia de género. Por supuesto que la mezquindad y la ruindad no tienen género, pero de lo que se trata es de enfatizar que el hecho de ser mujeres, en gran medida, ha invisibilizado la justicia a lo largo de la historia.

Todos estos casos llegaron a los escritorios de la Suprema Corte entre 2000 y 2022, lo que significa que siguieron previamente una trayectoria judicial que muchas veces se orientó bajo una visión de estereotipos (la Corte revocó muchas sentencias). La violencia de género existe, es real, y señalarla no es para atacar a las buenas personas, sino para generar un porvenir mejor, una sociedad más respetuosa y responsable, y más empática con una lucha que no busca más que erradicar el lado más oscuro de la humanidad.

**Margarita Ríos Farjat

Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

Liga de la publicación original ***

https://www.milenio.com/opinion/margarita-rios-farjat/columna-margarita-rios-farjat/la-realidad-que-cuesta-trabajo-ver

REDACCIÓN

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